
Siniestros, pérdida del maritorio, derrotas limítrofes, huracanes devastadores, la peor crisis
sanitaria de la humanidad, crímenes y corrupción han caracterizado al archipiélago en estos
últimos 10 años, poniendo a prueba la resiliencia de los isleños que han soportado con estoicismo.
Por César Pizarro Barcasnegras.
El periodo comprendido entre el 2012 y el 2022, ha sido el más nefasto de todos los que ha vivido en su historia el archipiélago de San Andrés y Providencia por cuenta de una sumatoria de acontecimientos trágicos, derrotas jurídico-políticas, y hechos antrópicos por causa de la mano del hombre o incluso de la naturaleza, causando en el colectivo insular desolación, tristeza y amargura, quizás solo comparables con los años de la segunda guerra mundial en que submarinos alemanes hundieron goletas del archipiélago matando a civiles y marinos isleños.
Efectivamente ha sido la última década la más oscura de todos los tiempos, en los que a pesar de tanto desasosiego, el pueblo de las islas ha demostrado resiliencia y estoicismo como ninguno otro con tanta mala racha en tan corto periodo.
El siniestro del Miss Isabel fue el inicio de las tragedias.
Aunque esta tragedia estuvo antecedida por el siniestro del vuelo 8250 de la desaparecida aerolínea Aires con 126 pasajeros a bordo, el 16 de agosto de 2010 en la pista del aeropuerto Gustavo Rojas Pinilla de San Andrés, no causó el impacto y luto que sí dejó el caso del Miss Isabel en la historia de las islas.

Apenas empezaba el año 2012 cuando la primera tragedia se precipitó sobre varias familias de las islas, luego que el barco Miss Isabel que partió en la mañana del 5 de enero del nuevo año, hacia Providencia, con carga y tripulantes presentó un incendio a bordo cuando había recorrido menos de dos millas, y su personal debió abandonar la nave, lanzándose al mar.

El personal a bordo integrado por Arístides Salinas Venner, Emerson Bowie Mitchell, Juan Livingston (rescatado), Charles Manuel Whitaker, todos estos sobrevivientes, y Robert ‘Babá’ Bent, capitán Andy Nelson James y Eduardo Meza Caballero, desaparecidos y fallecidos, vivieron una odisea que le insufló mayor drama a la tragedia. No solo debieron nadar incansablemente contra la corriente, sino pelear con feroces tiburones que terminaron devorando a algunos de éstos. Meza Caballero incluso alcanzó a llegar jadeante hasta la orilla de las costas de suroeste de San Andrés, pero la hipotermia cobró su vida.
Este hecho además dejó heridas en la comunidad que tardaron en sanar, sobre todo con las
autoridades, acusadas de haber demorado en reaccionar y brindar asistencia, pese a los
reiterados llamados y a que desde las costas y el interior de la isla se podía apreciar que la
motonave estaba incendiándose y necesitaba ayuda. Incluso una demanda contra la Nación
ordenó reparar a las familias de las víctimas por fallas en el servicio de Dimar y Armada. También en homenaje a esas víctimas, la Asamblea Departamental declaró el 5 de enero como día de duelo departamental.
El fallo del despojo.

Aún estaban frescas las heridas por el siniestro del Miss Isabel cuando llegó otra perdida dolorosa en relación con el mar. Y fue al final de ese mismo 2012 cuando llegó lo peor. La Corte Internacional de Justicia dio lectura el 19 de noviembre de 2012, del fallo correspondiente al contencioso limítrofe de Nicaragua contra Colombia por el mar territorial de San Andrés, cercenándole de un tajo 72 mil kilómetros cuadrados del mar territorial, arrebatándole los más ricos bancos de pesca y dejando sus cayos enclavados en mar de Nicaragua.
De ese nefasto y absurdo fallo estamos celebrando justamente hoy, una década, y aún nos
enfrentamos a la posibilidad de nuevas derrotas y perdidas, ya que Nicaragua logró este año un nuevo fallo, menos categórico que el primero, pero revalidando la decisión del 2012 aunque con concesiones a los pescadores y armada de Colombia para transitar y navegar las aguas, y además aspira a una plataforma continental extendida, que dejaría al archipiélago en aguas absolutamente nicaragüenses, limitando casi que frente a las costas de Cartagena, pese a que la misma Corte ya le reconoció soberanía territorial a Colombia sobre todas las islas e islotes del archipiélago. En las primeras semanas de diciembre, Colombia y Nicaragua deberán encontrarse nuevamente en La Haya, para dirimir esas nuevas pretensiones.
Este fallo profundizó aún más las heridas del pueblo insular hacia el Estado colombiano y sus instituciones, a las que se les atribuye buena parte de responsabilidad en las decisiones de La Haya, al «invisibilizar» al grupo étnico que ha poblado por varias centurias, y ejercido derechos ancestrales sobre esos mares.
Crimen y corrupción, los otros males de esta década

Apenas transcurrido el primer quinquenio del siglo 21, San Andrés empezó a transitar tímidamente por el camino del crimen organizado, pero era un fenómeno que no amenazaba
como hoy la vida de todos los ciudadanos; correspondía a una especie de control sumario entre delincuentes, en una lógica criminal del negocio del narcotráfico y mediante pistoleros contratados que llegaban a hacer “el encargo” y se iban.
Pero después del 2010 el fenómeno se volvió indiscriminado, y del 2012 para acá, San Andrés ha vivido una ola de terror por cuenta del crimen con sicarios propios; jóvenes de corta edad que salen de las barriadas y al servicio de bandas que delinquen en la isla y producen homicidios selectivos, a la que no han escapado uniformados de la Policía, comerciantes o ciudadanos del común, desaparecidos, etc.
Crímenes cometidos en la penumbra de la noche o en el resplandor del día, en la soledad de
cualquier paraje rural, o en medio del tumulto urbano, en el interior de una casa o en medio del tráfico de una vía.
Por venganza, o por ajustes, o simplemente por odio de género; desapariciones, sicariatos,
feminicidios, u homicidios simples, han hecho parte de esta orgia de sangre y estela de muerte que han sembrado los criminales en la isla en la última década, no obstante que en los tres últimos la eficacia investigativa de las autoridades ha logrado el esclarecimiento de más del 80 por ciento de los casos ocurridos.
Y mientras el crimen campeaba, la corrupción avanzaba. Aunque el Departamento en la década de los noventa había perdido tres gobernadores por hechos venales, el periodo después del 2012 a la fecha profundizó la crisis política, generando el encarcelamiento simultaneo de dos mandatarios en serie, congresistas y una docena de funcionarios entre secretarios de gabinete, interventores y contratistas envueltos en un monumental saqueo del erario y el tráfico de coimas y financiación de campañas, sumiendo al Ente territorial en una grave crisis política con grandes consecuencias socio económicas en la población.

Tan solo en un mandato, el Departamento pasó por las manos de cinco gobernadores en cuatro años, lo cual generó mayor atraso social, recesión económica y desgreño administrativo en una serie de mega obras convertidas en elefantes blancos hoy en ruina con un cuantioso detrimento patrimonial que aún no recuperan los habitantes de las islas, y juicios inconclusos en las marañas de los despachos judiciales y las maniobras dilatorias de sus abogados, que están prestos a una prescripción para luego demandar indemnizaciones de la morosa Rama Judicial y del Ente
Territorial.
Una pandemia y dos huracanes destructivos
Luego de ello, San Andrés y Providencia dieron paso a un nuevo mandato que sería la redención de los habitantes, pero que con el advenimiento de un nuevo año, también encontró además de las dificultades propias del ejercicio político, la más grave afectación universal del planeta en un siglo; una Pandemia y dos huracanes.

No había transcurrido el primer trimestre del 2020, cuando el archipiélago debió cerrar por
completo sus actividades económicas y cotidianas por cuenta de la declaratoria de Pandemia del Sars Cov2 (Covid19 o Nuevo Coronavirus) de la OMS, y de cuarentena por parte del Gobierno de Iván Duque, paralizando completamente las islas y encerrando a sus habitantes.
Las primeras secuelas económicas y sociales de un territorio insular que depende en absoluto del turismo y comercio no se hacían esperar y aunque encontraron un paliativo en las ayudas oficiales, empezaron a provocar conflictividad social con las autoridades.
Adicional a ello empezaron a presentarse las consecuencias sanitarias con un creciente número de miles de contagiados, cientos de hospitalizados y dos centenares de muertes, que incluso se extendieron hasta 2021 cuando la vacunación masiva empezó a mostrar eficacia.
La reapertura de la isla fue una redención pero no duró mucho; apenas se abrían las islas en el mes de septiembre, y ya a principios de noviembre, los huracanes Eta y Iota hicieron estragos, primero en San Andrés y luego en Providencia,. Donde la devastación fue total, ya que solo el dos por ciento del total de su infraestructura quedó en pie.

De toda esta década, quizás el 2012 y el 2020 compiten como los de peores perdidas y estragos para las islas, pero no menos intensas en esa mala racha han sido los otros años.
Este 2022 ha tenido un poco de cada una de esas situaciones comunes que nos han agobiado estos años: así como los tripulantes del Miss Isabel fueron acechados por los tiburones, los escualos han acechado este año las costas, causado accidentes y provocado zozobra; la Pandemia sigue activa en el ambiente causando contagios aunque ya no muertes en las islas, el archipiélago sigue enfrentando y perdiendo demandas de Nicaragua ante la CIJ de La Haya por el mar de San Andrés, el crimen sigue enseñoreado y ahora produce descuartizados y embolsados y las prácticas venales le sigue arrebatando a los habitantes del archipiélago, cualquier posibilidad de bienestar y prosperidad social e investigaciones judiciales.

Pero a pesar de tantas desavenencias juntas en un periodo tan corto como esta última década, la vocación cristiana de sus habitantes, practicantes protestante y católicos en gran mayoría, le han creado una gran resiliencia a sus gentes que con estoicismo han soportado todas estas pruebas con la aspiración de un mejor porvenir, de años menos azarosos y con la esperanza de no tener que aguantar como en Macondo, cien años de soledad.