El periodista Omar López Mejía, fallecido el pasado jueves en la ciudad de Santa Marta, víctima de un agresivo cáncer de páncreas, estuvo a tiempo en manos de médicos de San Andrés para que la enfermedad que apenas le empezaba a germinar en su cuerpo, le hubiera sido detectada.
López Mejía, quien estuvo vinculado en los últimos años a esta casa editorial como corresponsal en Providencia, había iniciado con mucho entusiasmo las gestiones médicas para hacerse una intervención quirúrgica que le permitiera reducir su abultado abdomen, ya que era consciente que le empezaba a producir problemas de salud, entre ellos un infarto leve al que sobrevivió.
De esas intensas gestiones The Archipiélago Press es testigo de excepción, ya que en cada cita médica que tenía que adelantar o trámites ante su EPS, siempre que llegaba a San Andrés, visitaba las instalaciones de este rotativo, y sus compañeros de labores estábamos casi que al tanto de cómo iba su proceso.
Tal como lo relata Sharon López Newball, su hija mayor, cuando ya su padre logró completar la totalidad de los exámenes médicos requeridos, surgió un diagnóstico que llamó la atención de los facultativos encargados de su procedimiento.
Uno de los exámenes mostró un pequeño elemento extraño que estaba apareciendo en su organismo. Tanto así que el médico lo atribuyó a una pequeña hernia, pero que no se le procedió a extirpar de inmediato por que lo haría simultáneamente durante la intervención quirúrgica de bypass gástrico , o cirugía bariátrica, para reducir su estómago, y así evitar tener que “rajarlo” dos veces.
Es decir que apenas cuando era incipiente la aparición de la masa cancerígena, el paciente estuvo a tiempo en manos médicas para que se le detectara el cáncer que le habría de causar la muerte, año y medio después.
Con el paso del tiempo la “hernia” que decía su médico que tenía, empezó a causarle molestias y así lo notificó López Mejía a los facultativos, pero entonces ya no lo atribuían a una hernia si no a unos cálculos renales. Debió ser trasladado de Providencia a San Andrés para la confirmación de dicha hipótesis médica mediante exámenes más avanzados exámenes, ecografías y tomas de sangre. Los exámenes de urología establecieron que no eran ningunos cálculos renales. Entonces luego se le atribuyó a problemas de vesícula. Finalmente el diagnóstico fue que se trataba de un problema de hígado graso que era lo que le estaba causando esos dolores. Todos los anteriores diagnósticos fueron hechos en San Andrés, y en eso se perdió un año largo año en el que con un diagnóstico acertado, López pudo haber recibido un oportuno tratamiento contra el cáncer.
Mi padre desde mediados del 2014 estuvo hospitalizado varias semanas recibiendo tratamiento para su diabetes y simultáneamente era valorado por médicos especialistas en medicina interna y cirugía, quienes se confrontaban cada uno con sus propias hipótesis de las causas de estos síntomas (dolor intenso, diabetes, piel amarilla), discrepaban sobre el asunto, considerando uno que podría tratarse de la vesícula, el otro que el hígado”, relata Sharon López, quien recuerda que un excesivo aumento del nivel de azúcar en su cuerpo estuvo a punto de causarle un coma diabético en julio del 2014. En su caso no operaron ni las segundas opiniones médicas, porque todas fallaron, hasta que por fin el diagnóstico verdadero se descubrió cuando era imposible hacer algo por su salud.
Solo un año después cuando ya estaba invadido de la enfermedad y no había mucho por hacer, un médico en la ciudad de Barranquilla descubrió que lo que tenía el paciente era cáncer de páncreas y el pronóstico fue mucho más devastador. En ese entonces en la Clinica General del Norte en Barranquilla, la práctica de un examen médico especializado, tipo endoscopia, arrojó que padecía un Tumor Maligno de Papila, el cual ya estaba bastante avanzado y de gran tamaño. Solo puede sobrevivir un máximo de seis meses, le anunciaron.
La clínica le asignó un cirujano hepatobiliar como médico tratante, quien detectó que el color amarillo de su rostro obedecía a que el paso de la bilis estaba siendo obstruida por el cáncer y esta se devolvía, y que su diabetes también era causada por la afectación cancerígena del páncreas.
El médico tratante habló con Sharon López y le soltó de tajo la verdad de lo que tenía su padre, y acordó con ella que no le dijeran a su progenitor la verdad de lo que ocurría y que le informaría que se trataba de un “tumorcito”, con lo cual el paciente quedaría tranquilo, tanto que López mostró buen semblante y absoluta tranquilidad con el diagnóstico que le habían dado.
Sharon aunque devastada por la noticia, se fue de la clínica tranquila porque no le dirían a su padre la gravedad del asunto, y desde ese momento empezó a preparar a su familia de lo que se vendría de manera inminente en los próximos meses. Pero cuál sería su sorpresa, cuando a las pocas horas de haberse retirado de la clínica para asistir a la universidad donde estudia derecho con excelentes calificaciones, recibe una llamada de su tía, hermana de Omar López, quien angustiada lloraba al otro lado del teléfono porque su hermano lo había llamado diciéndole que se iba a morir antes de seis meses y que padecía un cáncer incurable.
El medico había esperado que se fuera la hija de López, para decirle la verdad al paciente, para no preocuparla a ella. A quien no debía preocupar era a mi papá, no a mí, relata Sharon con algo de impotencia y resignación, al tiempo que asegura que desde ese momento, su padre se derrumbó y empezó a padecer todos los síntomas y dolores propios del cáncer, hasta su muerte con alta intensidad de dolor en las piernas, la cadera y la zona abdominal.
Si bien es cierto que el paciente tiene el legítimo derecho a saber la verdad de lo que padece, la forma tan descarnada como el médico le dijo al paciente lo que estaba pasando, aceleró el deterioro del paciente, y podría sumarse a la “mala praxis” médica de quienes lo vieron a tiempo en San Andrés y no entregaron un diagnóstico acertado, seguramente porque en virtud de su experiencia médica, muchas veces al “ojímetro” , y sin ordenar los exámenes indicados, incluso para ahorrarle dinero al sistema de salud, negándole una posibilidad de haber recibido tratamiento médico oportuno y adecuado.
Omar López Mejía murió de cáncer de páncreas, pero nunca recibió tratamiento contra el cáncer, no tuvo ni una sola sesión de radioterapia para tratar de atacarle su cáncer, prolongarle algunos días de vida o mejorarle su calidad de vida, porque los médicos en Barranquilla de entrada decidieron desahuciarlo. Incluso alguno de éstos insinuó que eso era mejor no hacer nada porque sería desperdiciar recursos del sistema de salud para algo incurable.