La cultura de la muerte en accidentes de tránsito está tan arraigada en San Andrés que no hay un 12 de octubre en La Loma donde no haya un motociclista muerto y que la comunidad no deje de esperarlo.
Peor aún, la cultura de la muerte en motocicleta en San Andrés es tan enraizada en las mentes de la sociedad isleña, que el hecho que los cementerios de la isla estén repletos de jóvenes que no pasan de los 30 años de edad no genera la más mínima reflexión ni de padres, ni de autoridades, ni mucho menos de la juventud, sobre la necesidad de adoptar posturas más sensatas y radicales que procuren evitar seguir llenando campo santos de muchachos que en la etapa más productiva de su vida dejaron regadas sus vidas en el asfalto.
Esta sociedad superficial prefiere mil veces no descomponerse el blower de la vanidad o no acalorarse la cabeza, pero si perderla, con sesos y todo, antes que acostumbrarse a usar un casco que puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
La dantesca escena del pasado lunes festivo en la noche que corrió rápidamente por las redes sociales de los teléfonos celulares inteligentes de hoy día, para alimentar el morbo social que consume sangre pero que al mismo tiempo llama amarillista a la prensa, es una muestra más de la insensatez y de la irracionalidad de una sociedad anárquica que se acostumbró a trasgredir las normas de tránsito, así estas busquen salvar esas vidas que hoy día se pierden.
Culpa de quien?. Culpa de todos. De unos motociclistas irracionales e irresponsables, de unas autoridades de Gobierno y de Policía laxas que se han dejado imponer la anarquía de la sociedad que cuando se les intenta hacer cumplir la Ley protesta, se encadena o destruye la infraestructura vial de control de velocidad o que simplemente reacciona violentamente contra la autoridad, de unos padres que no ejercen ningún control sobre sus hijos y permiten la locura de sus excesos y de una sociedad en general que no solo tolera si no que promueve y alienta estos nuevos patrones de comportamiento por el derecho de unos jóvenes que deben desfogar la adrenalina que les producen los deportes extremos.
De modo que como no podemos acostumbrarnos al uso del casco protector, del cinturón de seguridad, de la velocidad en forma controlada, de esperar que el semáforo cambie a verde, entonces vayámonos acostumbrando a las postales morbosas que muestran seres humanos destrozados con los sesos devanados, a llevar flores al cementerio lleno de jóvenes con los sueños interrumpidos por un violento accidente. No caben medidas tibias, si no extremas, o es la vida o es la muerte. Que cada quien escoja.