El periodista Nadim Marmolejo Sevilla, vinculado por muchos años a San Andrés, se perfila como uno de los más destacados participantes del concurso de Cuentos Cortos de la Editorial Zenú que escogerá este 13 de agosto los 25 más destacados.
Marmolejo Sevilla quien fue colaborador de The Archipielago Press y ejerció por una decada en emisoras de San Andrés como Radio Leda, RCN San Andrés y Caracol San Andrés, reside hoy día en Manizales y dedica su tiempo a la literatura donde ya ha participado en concursos regionales, nacionales e internacionales con relativo éxito.
La obra con la que participa actualmente se titula De los eventos acaecidos a Nesfran en la carretera, del cual, la editorial publicó en su website la siguiente reseña:
Nesfran había madrugado con la intención de alcanzar el amanecer en Sincelejo. Iba pensativo, pero el veloz paso sobre su cabeza de una ave que no reconoció debido a la penumbra le hizo tornar a la realidad. Levantó la luz del foco de mano hacia el aire con el propósito de ubicarla, mas no halló nada distinto a unos insectos de la noche. De todas maneras no paró de enfocar hacia todas partes, con el ansia de un necesitado, hasta que la descubrió revoloteando a corta distancia. Era un halcón. El ave rapaz, en un acto que rebasaba toda imaginación, se lanzó de repente contra su humanidad enseñándole las garras y Nesfran apenas si pudo ladear la cabeza para evitar el arañazo, tal como hace el boxeador para esquivar el puño de su contrincante. El sombrero se le cayó y lo buscó con el foco. Cuando volvió alzar la luz, el halcón ya merodeaba junto a él con la misma hostilidad de antes. Cogió una piedra, la empuñó con fuerza, y se la arrojó con tan buena puntería que le pegó en una de sus alas. Aquel cayó aparatosamente entre unos matorrales altos, al otro lado de la cerca de alambre de púas. Nesfran lo dio por muerto y no creyó necesario comprobarlo.
Luego miró las estrellas y supo que se le había hecho tarde. Razón por la cual apresuró el paso. No había recorrido cien metros cuando se encontró con un nuevo obstáculo. Era una semoviente formidable, blanca como el alabastro, que se le quedó mirando con suma atención y empezó a rasgar el suelo con sus pezuñas delanteras, igual que los toros de plaza. Trató de espantarla, como se hace con las gallinas. Pero la res lo embistió. Nesfran casi no tuvo tiempo de sacarle el cuerpo. Volvió a emplear el foco para alumbrar hacia donde había ido el animal, pero unas fuertes pisadas, cuya naturaleza no reconoció enseguida, le hicieron voltear con rapidez y casi no da crédito a lo que vio: la vaca venía en carrera hacia él con los cuernos dispuestos para atacarle. Con excepcional agilidad, asió un corto madero grueso que se hallaba en el suelo muy cerca de sus pies y lo estrelló con fiereza contra las costillas de la bestia, tras hacerse a un lado de la misma forma que antes. Ésta dejó escapar un mugido escalofriante al sentir el garrotazo y se desvaneció en la oscuridad ya moribunda. Luego oyó un silbido.
En aquel momento Nesfran entendió que estaba siendo perseguido por una bruja de esas que han conquistado el poder sobrenatural de transformarse en lo que quieran y que según la superstición popular —a la que le otorga total credibilidad— son enamoradizas. Recordó entonces a Eduardo Capachero, vecino de cuadra, quien había renunciado a madrugar a su parcela desde la vez que una yegua embravecida nunca vista, primero, y un carnero de astas gigantes, el día después, lo obligaron a devolverse del cerro Montecristo al comprender que no lo dejarían pasar de allí.
La tenue luz del nuevo día, que empezaba a encaramarse sobre las últimas sombras de la noche, le obligó a imprimir más velocidad a su andar. Guardó el foco en la mochila que colgaba de su hombro derecho y determinó ir mirando hacia todos lados, como un paranoico, a medida que avanzaba. Gracias a ello fue que pudo advertir más adelante, a prudente distancia, la presencia de un cerdo del tamaño de un eral justo a la entrada del puente del arroyo Pechelín. Botaba espumas por el hocico y gruñía sin parar. Era blanco, igual que la res, macizo, nada parecido a los embarrados que suelen verse por las calles del pueblo. “Otra vez la bruja”, pensó. Extrajo la rula de su vaina, la elevó por encima de su cabeza, y corrió con el vigor de sus 35 años a darle un planazo. Pero el enorme porcino corrió también despavorido al ver sus intenciones y se perdió en la maleza. “Esa vieja está loca”, dijo para sí mismo Nesfran, refiriéndose a la mujer detrás de aquellos actos de brujería que le estaba causando tantos problemas. Como era de esperarse, debido aquellos acontecimientos extraordinarios, Nesfran llegó tarde a Sincelejo. De todos modos hizo lo que tenía que hacer en el tiempo que tenía previsto y regresó a casa antes del atardecer. Por la noche, luego de las siete, se sentó a la puerta de calle a reposar la cena, como de costumbre. Lisímaco, su amigo de toda la vida, llegó a visitarlo al poco rato, como suele hacer casi todos los días. Y Nesfran le narró con lujo de detalles los sucesos acaecidos en la carretera. Lisímaco no dudó en juzgar de inmediato que eso había sido obra de Romina, la que vive junto al puente Siete amores.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Nesfran.
Lisímaco enteró a su amigo acerca de la noticia que corría desde las ocho de la mañana por las calles del pueblo, la cual daba cuenta de que Romina había sufrido un accidente inexplicable en casa que le ocasionó la fractura de una de sus clavículas y costillas.
—Es justo donde golpeaste al ave y a la vaca —hizo caer en la cuenta Lisímaco a Nesfran.
Éste último confirmó entonces lo pensado en el camino y Lisímaco salió a regar el cuento de que Romina no había tenido ningún accidente casero, como le ha dicho a todo el mundo, sino que recibió una paliza de Nesfran en la carretera.
—Y se enamoró de ti —opinó antes de partir. Así que abre el ojo.